viernes, 22 de noviembre de 2019

Don Juan Tenorio

                                                                                                                                                     
                                                                                                                               "A quien quise provoqué,
                                                                                                                              con quien quiso me batí,
                                                                                                                              y nunca consideré
                                                                                                                              que pudo matarme a mí
                                                                                                                              aquel a quien yo maté."
                                                                                                                                                   ZORRILLA                                                                           

En esta colección de apuntes sevillanos no podía faltar en modo alguno el popularísimo caballero, hijo de nuestra ciudad, sobre quien tanto se ha escrito y tanto se ha discutido. 
Llega el mes de Noviembre con su Conmemoración de los difuntos, y al mismo tiempo aparece en la escena de nuestros teatros ese personaje esencialmente español, audaz hasta la temeridad, pendenciero por naturaleza, burlador de mujeres y lleno de vicios que tienen un sello especial de grandeza y de hidalguía.



La figura de Tenorio resucita todos los años al sonido de las campanas que doblan tristemente por los que fueron; y el pueblo, que durante el día visitó el campo-santo para llevar coronas y faroles a las tumbas del padre, de la esposa o del hijo por siempre ausentes, acude en la noche al teatro, donde presencia una vez más la escandalosa escena de la hostería, el rapto de la ideal novicia, el convite interrumpido por la fatídica sombra de Ulloa, y la salvación del alma pecadora del protagonista. 
Esto de que las costumbres hacen leyes probado se ve únicamente con las representaciones del
Tenorio. Ley se ha hecho ponerlo en escena en los primeros días de Noviembre; y tan es así, que otro cualquier día del año nadie concurre al coliseo que anuncia en sus carteles la popular obra de Zorrilla. Sólo parecen bien las arriesgadas aventuras del audaz sevillano en los momentos en que la Naturaleza, despojada de sus espléndidas galas, cual si se asociase al duelo de la humanidad, se prepara a recibir al anciano Invierno. 
Y ahora preguntamos: ¿ese D. Juan Tenorio, tipo acabado del calavera de otros tiempos, conjunto de todas las maldades, alma indómita y corazón de fuego, ha vivido en el mundo real, o es únicamente la creación de un poeta?
He aquí una duda difícil de aclarar. Los críticos no han podido averiguar aún la verdad en este punto, y el origen de D. Juan Tenorio es un misterio. 
Cada escritor de los que tratan el asunto dice una cosa distinta; cada uno lo presenta de modo diferente, si bien están conformes en achacar al héroe todas las travesuras imaginables; pero la fuente primitiva, el cimiento sobre el que se han construido tantas obras, no se ha precisado de manera clara, terminante y que no ofrezca lugar a dudas.
 A Tirso de Molina corresponde desde luego la gloria de haber sido el primer poeta que dio a conocer al D. Juan famoso. Cuantos después de Téllez le han tratado en leyendas, dramas y novelas, inspiráronse en lo que él dijo, y siguieron sus huellas más o menos cerca o con peor o mejor acierto. El burlador de Sevilla dio origen a cuanto de este personaje escribieron Moliere, Corneille, Dumas, Byron, Junqueiro y otros autores extranjeros y nacionales; ¿pero en qué tradición, en qué documento, en qué hecho se inspiró Tirso de Molina?
Aquí entran las opiniones particulares de los críticos, que, como casi siempre ocurre, son muy diversas, y no es cosa de reproducirlas ahora. 
Dejo, pues, a un lado el origen de D. Juan Tenorio, para que otro con más instrucción y paciencia se dedique a ponerlo en claro; y para concluir dedicaré algunos párrafos a la obra del inmortal poeta que, abrumado de años y de laureles, era hasta hace poco el único que nos quedaba de una época gloriosa para las letras españolas. 
Cuando Zorrilla escribió su célebre drama estaba muy lejos de sospechar que iba a ser la más popular y aplaudida de sus obras. Él mismo, en sus Recuerdos del tiempo viejo, nos dice de qué manera tan curiosa comenzó el trabajo. Sin haber formado plan ni haber meditado el asunto, dejó correr la pluma, y fue llenando cuartillas y más cuartillas de versos, si a veces incorrectos, fáciles, inspirados y armoniosos; y tras una escena imaginó otra, y en corto número de días la obra quedó terminada, y se estrenó sin que su autor llegara a repasarla con algún detenimiento. 
El éxito fue grande;


el público de entonces aplaudió, como aplaude el de hoy y como aplaudirá el de mañana, porque las creaciones del genio siempre causan admiración, cualquiera que sean los gustos que priven y las escuelas que estén en moda.
Parecía casi olvidado el Tenorio de Zorrilla algunos años después de su estreno. Lo puso en escena el actor D. Pedro Delgado, que se hallaba en todo el apogeo de sus facultades, y entonces se inició la costumbre de representarlo en los primeros días de Noviembre, y entonces se extendió por todas partes, y el propietario de la obra hizo una fortuna. Zorrilla había vendido la propiedad, en cantidad no muy crecida por cierto, y nada percibió de lo mucho que produjo, cosa que el vate ha lamentado no pocas veces en diversas composiciones.
Hablar aquí del drama seria a mi juicio perder el tiempo, cuando no hay español que no le haya visto representar, ni persona medianamente ilustrada que no sepa sus versos de memoria. Nuestro propósito no ha sido otro sino que el nombre del legendario personaje sevillano figure en este libro, donde sólo se tratan cosas de Sevilla.

viernes, 1 de noviembre de 2019

A la luz del quinqué


                                                   


PÁGINAS SEVILLANAS
Manuel Chaves Rey





Los Fantasmas del Blanquillo


                                                                    " Entre los giros secretos
                                                                  que van formando las brisas
                                                                   hacia ella avanzan inquietos,
                                                                   entre canciones y risas,
                                                                   larga fila de esqueletos".
                                                                                                    S.Rueda                 


 En una especie de plazuela llamada de Vib-Arragel, que existía frente a la histórica puerta que se conoció con el nombre de la Barqueta, hubo un ancho terraplén, elevado a la altura de la muralla, al cual se subía por dos escaleras cómodas y desahogadas.
 Este sitio era conocido con el nombre del Blanquillo, ignoro por qué causa, y era lugar tan sombrío y de tan triste aspecto, que sólo el contemplar aquellas negruzcas paredes, que llegaban al río, aquellos robustos torreones que las cercaban y aquellas zarzas que entre las piedras crecían, inclinaba el ánimo a las ideas melancólicas. Por eso el vulgo nunca miró con buenos ojos el Blanquillo, y a propósito de él contábanse cien historias de fantasmas y encantamientos desde tiempos muy remotos, llegando a tanto las supersticiones, que uno de los actos más heroicos que podía entonces cometer un jaque[1] sevillano era ir de noche al terraplén y pasearse allí algunos ratos tomando el fresco.
 Cuando las nocturnas sombras caían sobre la población, el Blanquillo tomaba un tinte singular y fantástico, y en aquellas horas de tinieblas salían los espectros y los duendes con todo el aparato que tales alimañas traen consigo.
Los torreones que rodeaban el terraplén servían de albergue a los brujos y brujas, a quienes muchos juraban haber visto correr por los aires, atravesar el río sobre las aguas y ejecutar otras muchas habilidades de esta calaña. En el Blanquillo decíase que un moro descomunal enterró viva á una doncella hija suya que dejó de serlo por cierto caballero cristiano; allí los judíos habían sacrificado muchos chiquillos con gran refinamiento de crueldades; allí aparecieron un día los cadáveres de dos amantes que tuvieron el mal gusto de escoger aquel sitio para sus amorosas expansiones, y allí, en fin, ocurrían todas las noches las más extraordinarias y terribles cosas que pueden imaginarse.
Pero uno de los sucesos que más consternaron al vecindario y a todo el pueblo de Sevilla fue el que vamos a narrar, acaecido, si no miente la tradición, en los comienzos del siglo XVII, que fue siglo de cosas estupendas y nunca vistas.
En el barrio famoso de la Macarena, donde siempre habitaron hombres de conciencia ancha, perdonavidas y barateros, había uno que solía tener a raya a los valientes, gloriándose de haber despachado para el otro mundo a varios formidables ternes[2], por lo cual su fama era grande y por todos los de su jaez estaba públicamente reconocida.


























Cierta noche de invierno serena y clara encontrábase el matón reunido con varios amigos en una taberna, y no se sabe por qué se habló de los fantasmas del Blanquillo, contándose algunas de las últimas hazañas de ellos, y muy particularmente de las que cometía uno que a las dos en punto de la noche salía pasearse por la muralla hasta el convento de San Juan de Acre.
Hizo el valiente macareno burla y chacota  de aquellas niñerías; y como manifestase a los suyos que habíanle entrado deseos de entendérselas con el tal fantasma para quitarle las ganas de hacer más sandeces, dijéronle los amigos que fuera á buscarle al mismo Blanquillo, donde no tardaría en topar con él.
No quiso el mozo desperdiciar la ocasión de perlas que se le ofrecía para dar una prueba más de su heroísmo, y prometió que aquella misma noche iba a concluir con cuantos fantasmas le viniesen a las manos.
Dudáronlo algunos, creyéronlo otros, hablóse mucho y nació una apuesta, que el terne prometió cumplir; y de allí á poco salió de la taberna acompañado de sus amigos, que le dejaron en las tapias del convento de Calatrava, siguiendo él resueltamente hacia la plaza de Vib-Arragel.
Quedóse solo nuestro hombre, y comenzó á subir la escalera del Blanquillo en el momento en que las campanas de la Giralda daban las dos de la noche. Todo era silencio en aquel lugar; la luna sólo se veía en algunos intervalos por entre espesos nubarrones, el frío era intenso, y en conjunto el aspecto de aquel cuadro no podía ser más imponente.
Llegó el mozo al centro de la explanada y se detuvo largo rato, paseando luego con el mayor sosiego, y cuando más tranquilo se figuró que podía estar, vio con gran sorpresa que por el filo del asiento que rodeaba el Patín de las Damas[3] avanzaba una figura, que mal podía calcular de dónde saliera, cubierta con blanco traje, tapado el rostro por un capuchón blanco también y de larga punta, y llevando en sus manos una larga vara, en cuyo extremo superior ardía cierta llama azulada y fatídica. Dirigió el valiente algunas palabras al fantasma, pero éste no hizo caso alguno, y sin amedrentarse por las bravatas siguió su marcha reposada hasta colocarse cerca del macareno.


























Éste, á pesar de sus bríos, sintióse sobrecogido un punto, y echando mano á un pistolón que llevaba al cinto, apuntó é hizo fuego dos veces sobre el blanco personaje; mas cuando esperaba que el fantasma caería desplomado á sus pie, observó con  asombro que éste se llevaba la mano izquierda al pecho y sacaba de su seno las dos balas que el macareno le había disparado.


























Entonces nuestro hombre quedó atónito, un sudor frío corrió por su cuerpo, turbóse su vista, y cuando iba a emprender rápida fuga descargaron sin saber cómo un golpe tan violento sobre su cabeza que cayó en el suelo sin sentido.
Por la mañana el cuerpo del terne apareció flotando sobre las aguas del río, cerca de San Jerónimo, sin que dieran ningún resultado cuantas diligencias practicó la justicia para esclarecer este misterioso crimen

 «Y si, lector, dijeres ser comento,
como me lo contaron te lo cuento.”





Ilustraciones: Carmen Iglesias



[1] Chulo, valentón.
[2] Joven, de buena salud.
[3] Lugar olvidado de Sevilla, cercano a la Venta de los Gatos.

PÁGINAS SEVILLANAS Manuel Chaves Rey.

"La Buñolera"

  Ya no se ve con frecuencia, ciertamente; ya sólo muy de tarde en tarde aparece este tipo ante nuestros ojos, que antaño era indispensable ...