sábado, 7 de mayo de 2022

"La Buñolera"

 

Ya no se ve con frecuencia, ciertamente; ya sólo muy de tarde en tarde aparece este tipo ante nuestros ojos, que antaño era indispensable ornato en ferias, veladas, romerías y callejeros festejos...

La buñolera, la gitana buñolera que en otros tiempos establecía su anafe y su tinglado en las plazas o en las esquinas; que por la noche a la luz del humeante candil, manejaba, diestra y sabiamente, la blanda masa, que salía luego del hirviente perol dorada y corruscante, es necesario, para verla, que lleguen estos días de feria, en que se establece en el Prado de San Sebastián, luchando con insoportable competencia.

¿El público ha perdido el gusto a los buñuelos? Mil confites y chucherías han solicitado su atención y se han ofrecido a su paladar, y la buñolera, la poseedora del secreto de la dorada masa, va poco a poco desapareciendo, y con ella una nota típica de las muchas que sólo quedan ya en memoria.

El puesto de buñuelos al aire libre, que por mañanas y tardes se instalaba prontamente en lugar adecuado, sólo se ve ya en viejas pinturas, en olvidadas litografías, que nos representan la escena con cierta realidad, embellecida por el arte.

Ya no son las buñolerías los establecimientos más animados y concurridos de la feria; ya ni bajo sus toldos, adornados con cintas y lazos de colorines, ni alrededor de sus mesas, cubiertas de blancos manteles, se ven constantemente grupos de gente bulliciosa que consumen fuentes rebosantes de buñuelos, rociados de azúcar, remojados en pozos de dudoso chocolate o ayudados por el Cazalla; ya las gitanillas, que en la puerta del establecimiento, con pintoresco lenguaje ensalzan la excelencia del género o invitan a los transeúntes a probarlo, no consiguen, a pesar de su insistencia enfadosa, atraer a un marchante; y ya, en fin, pasan las horas o inútilmente aguardan el encendido anafe, y el ennegrecido perol lleno de aceite, la masa dócil que se convertirá pronto en sabroso bocado.


Sólo en algunos momentos; sólo en ocasiones muy contadas, la buñolería se anima y vuelve a ser un remedo de su pasado, cuando era lugar obligado de convite, centro de bulliciosa algazara y movimiento y punto donde corríanse ruidosas zambras, y donde la gente maja y de rumbo acudía a solazarse oyendo el rasgueo de la guitarra, el golpe de los pasillos y las canciones de una voz gitana.

El público pasa hoy casi indiferente por el puesto de los buñuelos, sin que su apetito se despierte ni su gusto se excite; cualquier otro lugar de la feria le parece más cómodo, más adecuado para detenerse y tomar algo, y en cualquier otro establecimiento se halla más a su gusto.

Pero la buñolera sigue allí como una evocación, y la vieja del blanco cabello y pañuelo rojo, que a la luz del candil está sentada ante el anafe, parece que se adormece con el recuerdo de otros días mejores, que pasaron para siempre, y que deja escapar una lágrima que resbala entre las sinuosidades de su arrugado rostro.

2 comentarios:

  1. Como siempre… inmejorable, El texto define perfectamente la Sevilla de la época, Los dibujos, madre mía, no le falta un detalle. Enhorabuena “equipo”.

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  2. Que bonito Oooo, es verdad que la industria ha dejado atrás la, artesanía de la masa, pero a mi me sigue gustando al salir de la feria tomarnos unos churritos. Desde luego es la descripción de una época y unas costumbres, tanto en letra como con los dibujos preciosos acompañantes. Mi enhorabuena a las dos.

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PÁGINAS SEVILLANAS Manuel Chaves Rey.

"La Buñolera"

  Ya no se ve con frecuencia, ciertamente; ya sólo muy de tarde en tarde aparece este tipo ante nuestros ojos, que antaño era indispensable ...