La calle de la Laguna, que por sus hermosos edificios, su esmerada limpieza y su rectitud y anchura es una de las mejores calles de nuestra ciudad, edificose a mediados del siglo XVII en el lugar donde desde muy antiguo tuvieron sus viviendas las mozas del partido, que se hallaban entonces separadas del resto de la población en aquel barrio, conocido con el nombre de barrio de las Mancebías1.
Formábanlo
éste multitud de casuchas desiguales y de horrible aspecto, y para
entrar en él había que traspasar un arquillo situado al final de la
calle de Atocha.
En
aquel barrio existía una laguna de pestilentes aguas, que allí
afluían de diversos sitios, y a esto se debió que la calle tomase
el nombre que aún lleva.
Muy
crecido era a la verdad el número de las distraídas mozas que en
las mancebías habitaban y, a fin de tenerlas a raya, el Ayuntamiento
costeaba un personal bastante numeroso que de continuo las vigilase y
examinara, dando también con frecuencia sabias órdenes encaminadas
a contener los excesos y abusos de aquellas mujeres que por tan malos
caminos iban.
No
satisfecho con esto, y a fin de atraer a las ninfas por la mejor
senda, el Cabildo nombraba un alguacil que las llevaba los domingos a
oír misa, haciéndolas confesar y comulgar en la iglesia de San
Francisco cuando era llegado el tiempo de Cuaresma; y por si aún no
era suficiente, todos los años se celebraba en la misma mancebía
una función religiosa, acerca de la cual hemos leído detalles muy
curiosos y que tal vez desconocerán nuestros lectores.
Celebrábase
esta fiesta de las rameras el día 22 de Julio2,
revistiendo caracteres de grande solemnidad, a la que contribuía
mucho el Ayuntamiento, y aun algunas personas ricas y devotas.
Alzábase
en el centro de una calle de la Mancebía cierta cruz de hierro que
descansaba en un ancho pedestal con gradas, y ante esta cruz
colocábase un púlpito, desde el cual algún fraile anciano y que
reuniese buenas dotes oratorias pronunciaba un larguísimo sermón
dirigido a las Aspasias y Proserpinas.
Éstas,
a quienes se obligaba a abandonar sus tugurios, rodeaban al
predicador guardando la mejor compostura que podían, y escuchando
con el mayor silencio las palabras del fraile, empeñado en
convencerlas de lo que las mozas no se querían convencer.
A
este sermón no faltaban nunca los señores del Cabildo municipal, y
algunos caballeros de la nobleza, quienes solían colocarse en largos
bancos que en lugar señalado se situaban.
Daba
principio la fiesta religiosa al mediodía, y cuando el orador
sagrado bajaba del púlpito, después de agotar todos sus
razonamientos y amenazas con las ninfas, éstas oían una arenga de
los individuos encargados de vigilarlas, y terminaba el acto con una
detenida inspección del burdel y de sus moradoras.
«Pero
no siempre—escribe el médico Pizarro en un curioso folleto—las
predicaciones daban su fruto, pues algunos mal intencionados hallaban
modo de turbarlas con escenas inconvenientes, ora ocultándose de
antemano en la Mancebía, ora penetrando por un portillo que existía
cerca de la laguna...»
Los
días de fiesta iban a los lupanares algunos sacerdotes, quienes
pronunciaban de tugurio en tugurio pláticas religiosas encaminadas a
salvar a aquellas almas pecadoras empedernidas.
Las
mozas, que no eran muy aficionadas a recibir tales visitas, para
excusarse de ellas, comenzaron a salir de la Mancebía,
estableciéndose en aquellos puntos de la ciudad donde creían estar
más tranquilas para dedicarse a sus negocios, y de aquí resultó
que el barrio fue quedando desierto de sus antiguas moradoras.
Por
los años 1640 empezaron los derribos de aquellos lupanares,
construyéndose algún tiempo después la hermosa calle de la Laguna,
y desapareciendo para siempre el inmundo barrio de las Mancebías.
Marcado en amarillo la zona de las mancebías,
sobre una recreación del mapa de Olavide (1771)
1.
Para
obtener información sobre
las Mancebías
se puede recurrir a la documentada página
2. Día en el que la Iglesia
celebra la conversión de María Magdalena.