"Rosales que, cuando al soplo
de los céfiros gemían,
para Mañara decían
tenues frases de dolor:
cada rosal recordaba
tristemente a su memoria
amarga y llorada historia
de algún pecado de amor."
CANO Y CUETO
Buscando
asunto para escribir uno de nuestros trabajos, hemos dado con un
detalle curioso, que quizá pase inadvertido para muchos de los que
visitan el edificio de la Caridad, situado desde su fundación en el
lugar que hoy ocupa, próximo a la orilla del río, y a la izquierda
de la antigua y casi derruída torre de la Plata.
Conocidas
y apreciadas son de todos las muchas riquezas artísticas que este
hospital y su capilla encierran; los cuadros inimitables de Murillo y
Valdés que adornan sus paredes; las esculturas de Roldán, Simón y
Ramos que se hallan en sus altares; los objetos de culto que se
guardan en su sacristía; los muchos varones notables que allí están
enterrados; y, por último, conocidos son también los laudables y
caritativos servicios que a diario presta esta benéfica institución,
cuyas reglas se aprobaron en 1578, siendo más tarde reformadas por
aquel caballero sevillano, D. Miguel de Mañara, que después de una
juventud tormentosa se retiró a una vida consagrada a hacer el bien
de los pobres y a socorrer a los desvalidos
El
edificio de la Caridad es uno de los que en Sevilla conservan más
carácter de otros tiempos, y su iglesia, sus galerías y patios
puede decirse que apenas han sufrido alteración alguna desde la
muerte del fundador, ocurrida en el mes de Mayo del año 1679.
A
la terminación del corredor de uno de los patios existe un jardín,
en el cual suele llamar la atención del que visita por primera vez
la casa un espeso muro, sobre el que alzan sus ramas ocho rosales,
cuyas flores, que son muchas en primavera, embalsaman el aire puro
que allí se respira.
Encuéntrase
en el citado muro una pequeña lápida, y en ella puede leerse la
siguiente inscripción: «Ocho plantas de rosal con sus macetas,
traídas a esta santa casa por el ilustre fundador, el venerable
siervo de Dios D. Miguel de Mañara Vicentelo de Leca, Caballero de
la orden de Calatrava, en 1674, conservadas en todo su vigor, y dando
fruto todos los años en su propia fuerza, como resulta del
reconocimiento judicial que en 1749 se hizo de ellos por los jueces
del proceso informativo (folios 1292 a 1297) y permanecieron hasta el
día en el mismo estado. Se colocaron en este lugar el año 1802.»
Estos
ocho rosales tienen una agradable vista, y a pesar del tiempo
trascurrido desde que se plantaron llaman actualmente la atención
por su lozanía, más aún que la llamaban cuando se colocó a
principios del siglo presente la lápida que acabamos de copiar.
Sevilla,
que tantas y tantas tradiciones cuenta, no podía dejar de tener
algunas sobre estos rosales, y no solamente tiene una, sino varias;
pero nosotros nos limitaremos a relatar la más admitida, según
hasta nuestros oídos ha llegado.
Cuéntase
que, después de fundado el hospital de la Caridad, D. Miguel de
Mañara, que acostumbraba a pasarse la mayor parte del día
ejerciendo obras meritorias, cuidando del buen orden y gobierno de la
casa y recogiendo limosnas para los enfermos, se entregaba varios
ratos en su celda a profundas meditaciones y fervorosos rezos, así
como a la lectura de libros piadosos que fortalecieran su espíritu y
alejaran su imaginación de toda idea pecaminosa.
A veces, sin embargo, acudían a la mente del caballero algunos recuerdos de sus años juveniles, cuando era su existencia nada pacífica ni sosegada, cuando seguía con empeño galantes aventuras, y cuando llevaba a efecto, en compañía de alegres camaradas, tantas empresas en las que ponía a prueba su valor, su travesura o su agudo ingenio.
Entre
los recuerdos del pasado borrascoso alzábanse en la mente de D.
Miguel las figuras de varias mujeres a quienes había amado, y a las
cuales, por haberle quizá correspondido en demasía, había hecho
derramar muchas lagrimas.
Estas sombras que llegaban a turbar las meditaciones del entonces piadoso caballero acongojaron más de una vez su espíritu; y cierta noche en que vagaba por el jardín del hospital, sentóse en un banco, y habiéndole acometido profundo sueño, vio en él a ocho damas cuyos rostros guardaban perfecta semejanza con otras tantas que había galanteado, y las cuales traían en las manos ocho rosas, que regaban con el llanto que de sus ojos caía.
Se
dice que en memoria de aquel sueño, y a manera de homenaje a las
infelices amadas del caballero, plantó éste en el jardín los ocho
rosales que aún se conservan, y los cuales cuidaba en vida don
Miguel con solícito esmero, pues diariamente cortaba sus hojas,
arreglaba sus ramas, poníalos al sol cuando lo habían de menester,
y los regaba, sin que consintiera nunca que nadie, sino él, llevase
a cabo estas operaciones.
Después
de muerto Mañara, la hermandad de la Caridad siguió cuidando
aquellas flores a que tanto cariño tuvo el fundador; y cuentan
también las tradiciones que en las noches de estío veíanse por el
jardín ocho sombras vestidas con blancos trajes, sueltos los
cabellos y con los rostros pálidos, que permanecían hasta el
amanecer velando aquellos ocho rosales, cada uno de los cuales
representaba a una de las amadas del caballero.
Como
ya hemos dicho más arriba, a principios de siglo las macetas fueron
trasladadas al lugar que hoy ocupan, y donde puede aún verlas el que
por primera vez visite el hospital de la Caridad.